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Bienvenida

          

       

 

 

 

Sean bienvenidos a esta sección de pastoral que según el carácter propio de los Centros Educativos Agustinianos, el Departamento de Pastoral es un núcleo dinamizador de las actividades que encarnan los valores cristianos, las  grandes opciones  definitorias del Centro y  la educación integral de los alumnos desde una doble dimensión:  personal y social.

El Departamento por tanto, ocupa un lugar central en el Organigrama escolar y vela por los programas de pastoral y las acciones explícitas encaminadas a impulsar el proceso dinámico y global de la evangelización. (Carácter propio de los Centros Educativos Agustinianos. p. 15).

El Colegio Fray Luis de León es una Escuela agustino-recoleta que bajo el lema de la orden:  “Una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios”, queremos ser Pedagogos de Interioridad,  Constructores de Comunidad y  Mediadores de solidaridad.

Nos mueven dos Valores fundamentales: el Amor y la Interioridad con sus subsecuentes valores: Amor, Interioridad, Comunidad (Amistad, Fraternidad), Responsabilidad, solidaridad, verdad y libertad.

 

Durante el presente curso escolar 2023 - 2024, el Objetivo Pedagógico – Pastoral presenta el siguiente hilo conductor: 

 

Inspirados en el pensamiento agustiniano, los Agustinos Recoletos han elegido como lema para el curso 2023-2024 –o para el 2024– “¿Aspiras a cosas grandes?, comienzas por las cosas pequeñas"

 

En toda la Orden nos preparamos de una u otra forma para celebrar las grandes fiestas de Santa Mónica, Ntro. Padre San Agustín y Ntra. Sra. de la Consolación e igualmente en algunas latitudes de la geografía recoleta se preparan para iniciar un nuevo curso; un curso que tendrá como lema una de las frases del sermón 69 de Ntro. Padre san Agustín: ¿Aspiras a grandes cosas? Comienza por las más pequeñas.

Me preguntaba si un hombre importante como Agustín en su época tendría tiempo para ocuparse de las cosas pequeñas y de los asuntos menores. Un hombre que estuvo pendiente de defender la sana doctrina y de combatir las herejías, principalmente el donatismo y el pelagianismo; de hacer llegar sus escritos a los Concilios, de los que no participó por sus múltiples ocupaciones pastorales; que escribió tanto y sobre cosas tan importantes y con tanta profundidad, que necesitaríamos dos vidas para leer su inmensa producción literaria; que acompañaba espiritualmente a muchos fieles de forma personal y a través de sus cartas; que resolvía diariamente, a modo de juez, muchos asuntos que se iban presentando en la Iglesia de Hipona; que daba su opinión, viajaba y se involucraba en asuntos de otras iglesias de África; que estaba atento al rumbo que iban tomando los monasterios por él fundados y los inspirados en su forma de vida; que preparaba exhaustivamente sus sermones. ¿Uno de los pocos sabios y santos que ha escrito un tratado sobre el sublime e insondable Misterio de la Santísima Trinidad, podría preocuparse de las cosas pequeñas del día a día? Creo que la respuesta todos la tenemos clara, porque todos hemos leído y escuchado inúmeras veces la Regla de Ntro. Padre y es impresionante percibir cómo Agustín desciende a los menores y mínimos detalles, a las cosas más pequeñas, que tal vez nosotros no tendríamos en cuenta, pero que para él no pasaron desapercibidas porque juzgaba que eran importantes: la comida, el porte exterior, el lavado de las ropas, la lectura en el refectorio, la alimentación de los enfermos, el trato con las mujeres, las miradas, las discusiones y murmuraciones, el baño del cuerpo, la forma de pedir los libros, el calzado y la ropa, etc.

No es difícil descubrir por qué un hombre como Agustín, ocupado en asuntos y tareas tan importantes, se percataba y tenía tiempo para prestar atención también a esas pequeñas cosas. Y es que cuanto más cerca estamos de Dios más atención prestamos a los pequeños detalles, pues casi siempre, es en ellos que Dios se nos revela.

En sus sermones y escritos pastorales, san Agustín enfatiza la necesidad de cultivar virtudes como la paciencia, la compasión y la humildad, que podemos considerar como virtudes domésticas y que nos ayudan a mantener la armonía y el amor tanto en la vida familiar como en la comunidad. Estas virtudes son fundamentales para construir relaciones saludables y duraderas, para superar los desafíos y conflictos que puedan surgir en el ámbito doméstico y además nos ayudan a perseverar en nuestro camino espiritual.

Como decíamos en la circular del 24 de marzo de 2023, Dios es lo suficientemente paciente para aguantar siglos de días pequeños. Su Reino, que un día cubrirá la tierra, no comienza siendo grande. Crece de un hombre anciano y de su esposa estéril (Is 51,2). Crece del más pequeño de todos los pueblos (Dt 7,7). Crece de una semilla de mostaza y un poco de levadura (Mt 13,31- 33). Crece de un embrión en el vientre de una virgen (Is 9,6-7). Crece de doce hombres analfabetos (Hch 1,8). Dios usa cosas pequeñas para hacer grandes cosas.

Jesús, rostro humano del Padre, convocó conmovido a todos sus discípulos que deambulaban por el templo para mostrarles el testimonio de la viuda pobre que acababa de depositar en el cofre todas las moneditas que necesitaba para sobrevivir (Cf. Mc 12, 41-44); y compara el Reino con la semilla de mostaza, la menor de todas (Cf. Mt 13, 31), que se convierte en un árbol en el que vienen a anidar los pájaros; y nos dice que nos hagamos como niños -pequeños- si queremos entrar en el Reino de los cielos (Cf. Mt 18, 3-4).

El evangelio de Jesús contrasta con nuestra sociedad que busca el prestigio, la fama, llamar la atención, tener reconocimiento, brillar, poseer riquezas… Hasta nuestra vida de consagrados se ve afectada y contagiada por los anhelos del mundo y a menudo podemos sentirnos abrumados por los desafíos y las metas que nosotros mismos nos imponemos y queremos alcanzar. El Santo Padre nos alerta del peligro del “carrerismo” en la vida religiosa y sacerdotal. Dice Francisco que el carrerismo es la peste para los sacerdotes y una de las formas más horribles de mundanidad (Audiencia con arzobispos españoles, con ocasión del 125 aniversario de la creación del Pontificio Colegio Español San José de Roma. 1 de abril de 2017). No hemos venido a la vida consagrada ni a la Orden a escalar puestos o a hacer carrera, hemos venido para vivir en santidad de vida en comunidad y llevar a Dios a nuestros hermanos. No está mal tener grandes sueños y aspiraciones en la vida, pero sin olvidar que los sueños se suelen forjar y están hechos de pequeños gestos y detalles, también de esos a los que no damos la menor importancia. De hecho, el Papa Francisco más de una vez nos ha recordado que hay tres palabras que definen a las personas: permiso, gracias y perdón (Papa Francisco a los matrimonios en Cracovia el 29 de julio de 2016). Efectivamente, es en esas pequeñas cosas que nos jugamos el ser o no ser para Dios, porque las pequeñas cosas hechas con amor tienen sabor de eternidad (Santa Teresita del Niño Jesús). Y porque la santidad no depende simplemente de la grandeza de nuestras acciones, sino de la intensidad del amor que acompaña a esas acciones. En palabras de Agustín: pon amor en las cosas que haces y las cosas tendrán sentido, retírales el amor y se volverán vacías (Sermón 138, 2). El secreto para la santidad es hacer las cosas ordinarias de la vida diaria con un amor extraordinario todos los días. ¡Ésa es la clave!

Cuando hacemos las cosas con amor, con entrega y dedicación, sin importar cuán pequeñas puedan parecer, ellas adquieren una dimensión eterna. Un simple gesto de amabilidad hacia una persona necesitada, una palabra de aliento a alguien que está sufriendo, un acto de servicio a aquellos que nos rodean, un vaso de agua al que tiene sed, todos estos actos aparentemente insignificantes pueden tener un impacto significativo en la vida de las personas y en nuestra propia alma. No nos olvidemos del proverbio atribuido al literato Eduardo Galeano que dice: mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.

No nos quedemos esperando la vida entera por grandes acontecimientos u oportunidades que tal vez nunca lleguen. Al contrario, no desperdiciemos nuestro tiempo construyendo castillos en el aire, construyamos sobre las pequeñas cosas de cada día, porque las catedrales se levantan piedra a piedra y los corazones más bellos están formados de pequeñas historias construidas de pequeños detalles.

Por lo tanto, hermanos, no subestimen el poder de las pequeñas cosas cuando las hagan con amor y no olviden que cada día se nos presenta la oportunidad de hacer la diferencia en la vida de alguien, ya sea con una palabra amable, un gesto de ayuda o una sonrisa sincera. No importa cuán insignificante pueda parecer, cada acto de amor tiene un impacto que trasciende el tiempo y el espacio.

En un mundo lleno de prisa y superficialidad, seamos aquellos que marcan la diferencia a través de las pequeñas cosas. Que nuestro amor se expanda y alcance a todos los que nos rodean, iluminando el camino y trayendo un sabor de eternidad a cada encuentro.

 

Mensaje del padre General OAR. fray Miguel Ángel Hernández Hernández 

 

“La experiencia de Crecer en Comunidad”.